lunes, 26 de abril de 2010

Horrible Realidad (cuento)

Vestido con un traje al lado de una damisela hermosa, una musa que irradiaba belleza, me encontraba en el altar, rodeado por pinturas y por cuadros del mismo Da Vinci, en una construcción religiosa, y con un hombre delante de mí que portaba una túnica blanca.

Esa mujer era lo mejor que me había pasado en toda mi lúgubre existencia, y después de conquistarla, sin besarla, sin hablarle, sin tocarle si quiera, me situaba frente al sacerdote, a punto de tomar votos.

Yo estaba asombrado con semejante belleza al lado mío, con un rostro indescriptible, con un rostro lleno de paz, lleno de magia sin igual, lleno de tantas cosas que el universo no es capaz de describir.

El tipo delante de mí, hablaba sin parar, sin importarme un tantito las palabras que salieran de su boca, admirando simplemente la hermosura que estaba parada a mi costado, esperando ansioso la frase tan repetida y tan acostumbrada por esta humanidad, y cuando al fin lo pronunció, cuando por fin dijo:

- ¡Yo los declaro marido y mujer…Podéis besar a la novia! - .
No pude resistirlo, y sin pensarlo, tomé su rostro y le di un beso apasionado, un beso intenso, un beso inolvidable.

Y cuando separé mis labios, ella estaba inconsciente, estaba inmóvil, entonces la solté y cayó al suelo, y lo sabía, sabía que nunca más se levantaría, nunca hice por levantarla, y desconsolado, me quité mi traje, y debajo de ésa fina prenda, se lograba vislumbrar una sotana completamente negra, una sotana malgastada por los años, una sotana que se convirtió en mi prenda distintiva; entonces, tomé mi hoz, y debatido por el sentimiento, comprendí que la maldición me acompañaría por siempre, y nunca podría llegar a amar.

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